Son las 19:00 horas. Llueve. Ya ha anochecido y la jornada ha resultado provechosa. Me queda una última cita. Aparece una paciente desbocada, histérica y realmente irascible. Entra diciendo que “se ha herniado”. Desde ese momento yo me cuido del lenguaje que voy a utilizar durante la sesión, evitando que se aferre a clásicos populares como “tengo una pelota ahí atrás”, “tengo montado un músculo” o “tengo una contractura”.

Realizo una recopilación de la historia clínica y una investigación sistemática sobre los posibles “red flags” que me alerten de patologías de gravedad. Exploro, valoró algunos test e intento buscar movimientos restringidos. No reproduzco síntomas, por supuesto no hay “bultos” ni “contracturas” y no presenta restricción con dolor hacia ningún movimiento. Nada me cuadra. Exprimo mi cabeza para pensar cual va a ser la solución para un paciente como este cuando me doy cuenta de que la persona no para de hacerme indicaciones de donde se encuentra su “bulto”. Entonces entiendo que quizás lo mejor no sea aplicar un determinado tratamiento en la zona de dolor (que según ella es toda la espalda) porque no me gusta aquello de “descargar porque nos pagan por ello”. No quiero reforzar esa creencia patológica y errónea que tanto daño nos hace, lo mismo que las campañas de marketing en las que aparece “fisioterapeuta” y una imagen retocada de unas manos de modelo tocando un cutis perfecto. Por eso decido parar la sesión y seguir preguntando.

Curiosamente, ante preguntas concretas como “¿te duele cuando te levantas de una silla o es más cuando estás tumbada boca arriba?” no sabe responderme y termina reconociendo que hoy, en concreto, no ha tenido dolor, pero si un horrible día en su trabajo.

Converso con la paciente durante 20 minutos y le explico los tipos de dolores que pueden aparecer cuando existe una hernia discal que da síntomas o los que encontramos en otras ocasiones. La tranquilizo, converso y le ofrezco que se vaya sin ponerle la mano encima. Tan solo la invito a que se anime a andar todos los días y, si no le gusta, a realizar alguna actividad que le haga disfrutar.

La paciente se marcha con una sonrisa en la cara y con una actitud muy distinta a aquella con la que había entrado. Al de un tiempo le llamo para preguntar y afirma no haberse ni acordado de la espalda.

Quizás lo que venía buscando era la afirmación por parte de un profesional acerca de la “contractura” que le había debido encontrar alguien cercano o, simplemente, porque quería recibir un “masaje relajante”. No lo sé. Tan solo sé que en esta profesión hay que trabajar en base a una hipótesis y que, sin ella, el tratamiento carece de sentido profesional. Entiendo lo de que “el cliente siempre lleva la razón” pero también comprendo que en una profesión sanitaria como esta los pacientes acuden a pedir ayuda a un profesional que sabe lo que hace mejor que ellos. Necesitamos que nos guíen en la valoración subjetiva, por supuesto, pero nosotros debemos saber ser el filtro que, vistos los datos y las exploraciones, determina el tratamiento para mejorar algo siempre tan complicado y multifactorial como es el dolor.

Escrito por Juan Gorostiza

Socio fundador de Clínica Alhóndiga